Érase una vez la más absoluta sensación de protección, el paraguas en los días de lluvia, el mejor bálsamo de besos sanadores, la fórmula secreta del amor incondicional y la medicina para los desvelos.
Érase el suplicante "llámame cuando llegues", el "abrígate cuando salgas", el amenazante "un día cojo un camino y desaparezco" y el siempre esperanzador "nunca te voy a fallar". Érase el perdón perpetuo y la presencia imprescindible de la que siempre te espera. El aplauso de tus méritos y la entrenadora de tu vida.
Érase una vez el ser más maravilloso.
Érase una vez el aroma a hogar del bizcocho recién horneado, o el del cocido que espanta todos los males, el de la canela y el limón, el de un día de fiesta, el perfume de la diosa de un hogar. El olor a ropa limpia. Érase una vez el calor y el color. La melodía más bella y las flores en tu camino.
Érase una vez los brazos hacia los que siempre deseas correr por muy adulta que seas y el latido de un corazón que debería ser eterno. La mirada carente de reproches y la sonrisa limpia y sincera que resetea todo lo malo. Érase la banda sonora de tu historia. El ángel de la guarda con mayúsculas. La llamada a deshora atendida porque siempre está de guardia. La luz.
Érase también el consejo valioso, la palabra de aliento, el salvavidas oportuno, el refugio en la tormenta, la manta una noche de frío intenso y la caricia cálida. Érase una vez una leona, una cómplice, una guerrera y una experta en querer. Érase ella. Érase una vez una madre.
LA CHICA DE AYER. ELENA SERRALLÉ
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